La enseñanza que nos dejan los niños y las niñas

Por Valentina Díaz, Encargada de Jardín, Mi Banderita Chilena de Antofagasta

Cuando nos preparamos educativamente para trabajar con niños y niñas, no nos preparamos para aquello que nos entrega el ejercicio de la profesión en la acción. Ser educadoras/es, es visualizar a los niños y las niñas en su individualidad y en un colectivo, educar a las familias o adultos responsables y acompañar los cambios que se van presentando con los nuevos estímulos que van interactuando nuestros educandos. El ser educador/a requiere, más allá de los conocimientos, la plasticidad de transformarnos en el acompañar a nuestras comunidades educativas y a quienes hoy colocamos al centro de la educación, los niños y las niñas.
Los adultos responsables de educar modelan y siembran poderosas semillas en los niños y las niñas desde que nacen, que se verán reflejadas en los adultes que serán en el mañana. Algunos de nuestros educandos son afortunados, poseen, a lo menos, un adulto significativo en sus vidas que se ha dado a la tarea de entregarle todo aquello que requiere para su óptima formación con amor y compromiso, sin embargo, muchos de los niños y niñas no poseen tanta fortuna.
Gracias a la ciencia y los innumerables estudios que hoy existen, sabemos la importancia de los primeros cinco años de vida en cualquier ser humano para su salud y desarrollo, especialmente para nuestros cerebros; sabemos también que, incluso antes de nacer ya estamos aprendiendo, y gracias a la neurociencia, sabemos que nuestro cerebro es neuroplástico, que a lo largo de la vida podemos tener ventanas de oportunidades que nos permitirán resignificar nuestro aprendizaje, desaprender y aprender nuevamente, no obstante, los primeros años son excepcionales creando hasta un millón de conexiones neuronales por cada segundo. Aquí radica la importancia del rol de los adultos significativos en la vida de los niños y las niñas, ofrecerles el conectar, hablar, jugar, un hogar saludable y una comunidad como principios básicos para el desarrollo y mayor potencial cerebral.
¿Qué podemos hacer entonces? La respuesta puede ser lo suficientemente amplia como para caber en este escrito, sin embargo, podemos enfocarnos como punto de partida en “conectar, hablar y jugar con ellos y ellas”. En palabras simples: “estar”, desde nuestro rol en la vida de ese ser humano, saber que nuestras interacciones son significativas y dejan registros en su desarrollo emocional, social, psicológico y vivencial.
El jugar, hablar e interactuar con ellos y ellas crea vocabulario y conexión. Reconocerlos como seres humanos en desarrollo y ofrecerles interacciones constantes, fortalece sus relaciones y su salud mental, enseñando en estas interacciones cotidianas habilidades para la vida, que van desde cómo interactuar con otro hasta cómo enfrentar la frustración en la vida adulta; aquí radica lo más importante: “ser constantes y no inconsistentes”.
Como adultos que ya poseemos una maleta de habilidades y herramientas para la vida, sufrimos ante la inconsistencia de un vínculo ¿Imagínense el efecto que esto provoca en un ser humano que se está formando en sus primeros años de vida? El no tener interacciones saludables y constancia con quienes nos cuidan, aman y educan causa confusión y estrés, que en dosis altas y permanentes se transforma en adolescentes y adultos intranquilos e inseguros, viviendo en constante alerta ante lo que el mundo nos ofrece, partiendo de su núcleo más significativo, su familia. No poder confiar en su familia o en aquellos que están para darle seguridad es profundamente triste.
Esta es la enseñanza que nos dejan los niños y niñas. Somos quienes nos dedicamos a educar, en el amplio sentido de la palabra, quienes podemos hacer la diferencia en la vida de nuestro futuro, que hoy son los niños, niñas y adolescentes quienes serán constructores de nuestra sociedad. Ocuparnos de ofrecerles interacciones consistentes, constantes y relaciones saludables para que puedan sentirse seguros de explorar lo nuevo, jugar y reír, se transforma en una prioridad. El conectar con nuestros niños y niñas se hace urgente, necesario y, ante todo, una responsabilidad de quienes hoy educamos.